lunes, 15 de febrero de 2010

Mensaje de William Miranda Marín, pronunciado hoy durante la conmemoración del natalicio de Luis Muñoz Marín

“COLOQUEMOS DE NUEVO A PUERTO RICO EN LA RUTA DE LA PROSPERIDAD Y LA EQUIDAD”

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Señor Presidente de la Junta de Directores de la Fundación Luis Muñoz Marín, licenciado Emilio Piñero Ferrer; señoras y señores miembros de la Junta de Directores de la Fundación; familiares de don Luis Muñoz Marín y doña Inés María Mendoza; señora ex gobernadora de Puerto Rico, doña Sila María Calderón; señor ex gobernador de Puerto Rico, don Aníbal Acevedo Vilá; señores miembros de la Asamblea Legislativa; compañeros alcaldes; distinguidos miembros de la prensa; amigas y amigos todos:

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Quiero comenzar mi mensaje en el día de hoy, expresando mi profundo agradecimiento a los miembros de la junta de directores de la Fundación Luis Muñoz Marín, por el reconocimiento que me han conferido con esta invitación. Este honor, que humildemente he aceptado, se convierte en una responsabilidad inmensa, por darse en una coyuntura muy particular de mi vida personal, y lo que es más importante, en un momento muy delicado –y me permito decir que trascendental– para la vida patria.

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El estudio de nuestra historia contemporánea como nación caribeña nos permite comprender que don Luis Muñoz Marín, cuya vida, obra, pensamiento y legado hoy recordamos, enfrentó una coyuntura crítica en los albores de su vida política. Pero también nos demuestra que él supo responder con mucho desprendimiento, vocación innovadora y sentido de justicia, a las necesidades imperiosas y complejas del Puerto Rico golpeado y frágil de la década del treinta y comienzos de los cuarenta.

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Llegué al mundo en esa coyuntura; nací en 1940, justo el año de la victoria que colocó a Luis Muñoz Marín en la presidencia del Senado de Puerto Rico. Si el hijo de un cortador de caña y una despalilladora de tabaco tiene el privilegio de dirigirse a ustedes en esta mañana, es porque las condiciones paupérrimas en las que crecí fueron gradualmente transformándose, hasta colocarnos en la ruta de la autosuficiencia. Esto, por supuesto, gracias al esfuerzo de mi familia y el mío propio, pero gracias también a la transformación social impulsada por la revolución que hizo posible la ruptura política que lideró don Luis Muñoz Marín y, con ella, el fin de muchas exclusiones e injusticias sociales que agobiaban a familias como la mía.

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Y hablo de ruptura porque es importante no olvidarlo: Muñoz Marín, como todo líder valiente y atento a sus circunstancias, fue una figura de ruptura. Con sus luces y sus sombras, Muñoz abrazó la urgencia de “justicia obliga” e impulsó un proyecto transformador que le devolvió la esperanza, la dignidad y la inspiración a un pueblo maltratado por los dueños de la tierra y sus colaboradores, esa tierra bendita que con sus manos, su sudor y su esfuerzo, trabajaban.

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De ahí que el mejor homenaje que podamos hacer hoy a la memoria y a las enseñanzas de don Luis Muñoz Marín, sea pensar con rigor y honestidad intelectual, no sólo la realidad económica, política y social por la que atravesamos hace ya unas cuantas décadas, sino sobre la urgente necesidad de responder creativa y novedosamente al complejo escenario que nos trae la presente realidad internacional. Porque algo debe quedar claro de entrada: si queremos rendir tributo a la memoria de Luis Muñoz Marín, no es aferrándonos tímidamente a soluciones útiles en otros tiempos, sino ideando “nuevos caminos para viejos objetivos”. Es decir, construyendo nuevas respuestas y rutas para continuar el devenir de nuestro pueblo en la búsqueda de la prosperidad y la justicia social, pero con modelos y estrategias que sean cónsonos con los signos de estos tiempos. Y es que más que nada, si queremos rendir un tributo que esté a la altura de la gesta muñocista, nosotros también estamos llamados a ser figuras de ruptura.

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No sería completamente honesto si les dijera que la ruptura creativa impulsada por Luis Muñoz Marín, que posibilitó la creación del Partido Popular Democrático en 1938 y del Estado Libre Asociado en 1952, y que desembocó en una importante transformación social y económica de nuestra Isla, fue obra y gracia únicamente de su liderazgo y desempeño político. No hay duda que la realidad del mundo de la posguerra y el inicio de la llamada Guerra Fría, crearon las condiciones idóneas en Puerto Rico, Estados Unidos, la región caribeña y el mundo, para que el proyecto muñocista tomara esa ruta y fuera viable.

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Pero no debemos olvidar que hay mucho mérito en saber atisbar las oportunidades y aprovecharlas en el momento oportuno. Muñoz Marín lo hizo con genial grandeza. Desde luego, el Vate tampoco aprovechó a solas las ventajas de ese escenario. Está claro que la política y el servicio público no son carreras para lobos solitarios. Muñoz Marín tuvo la sabiduría de aglutinar en torno suyo a un excelente y talentoso equipo de trabajo compuesto por personas de todas las edades, motivadas, bien capacitadas y visionarias, pero sobre todo con un compromiso ejemplar con Puerto Rico. Personas que fueron capaces de articular un plan de acción, a partir de un enfoque estratégico e innovador. Un equipo que no le tuvo miedo a romper con la manera de hacer política, con las estructuras políticas, con los intereses económicos y con los discursos políticos de entonces. Un equipo que fue capaz de refundar la política como política ilustrada, poniendo la inteligencia y el arrojo al servicio de la transformación de nuestra patria. Un equipo que honró la entrega casi misionera del servicio público al servicio de los ciudadanos, y no como hoy tristemente lo entienden muchos, que utilizan los bienes públicos para servirse a sí mismos, así como a sus familiares y amigos.

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Cuando estudiamos muchos de los indicadores económicos y sociales disponibles de la época, casi un cuarto de siglo del 1940 al 1965, constatamos que los resultados de aquel proyecto de país liderado por don Luis Muñoz Marín, fueron indudablemente transformadores. Pero cuando echamos el mismo vistazo a los 45 años que le han seguido hasta hoy, casi medio siglo, ¿con qué nos encontramos? Tristemente constatamos que todos los indicadores de transformación y crecimiento positivos dejaron de anunciarnos buenos resultados. Desde entonces, el crecimiento anual promedio del producto nacional bruto ha ido por lo general reduciéndose hasta colocarse en menos cuatro punto cinco por ciento en 2009.

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Incapaces nuestros dirigentes de detectar la pérdida de valor de nuestro modelo económico y político, en esos 45 años no han podido evitar o detener el retroceso. Pasamos de la política ilustrada a la politiquería. Pasamos de la ayuda mutua y el esfuerzo propio, a la lógica de la dependencia y el mantengo. Pasamos de un sólido respaldo al Estado Libre Asociado a un crecimiento sostenido del anexionismo. No hemos querido darnos cuenta que las circunstancias geopolíticas del país cambiaron, y con ellas se fueron deshaciendo las ventajas competitivas de nuestro modelo económico y político.

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La idea que Puerto Rico es el país con la mejor situación económica del Caribe quedó en el pasado. Hoy, pueblos hermanos como San Vicente y las Granadinas, Barbados, Antigua y Barbuda, Trinidad y Tobago y Bahamas tienen un ingreso per cápita mayor que el de Puerto Rico. Pero, a pesar de ello, muchos siguen pensando que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

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Hemos vivido pasivamente la fragmentación social y política del país con una consecuente y preocupante pérdida de confianza mutua y capital social. Esto, sin darnos cuenta, nos ha llevado gradualmente a perder el propósito unitario de país.

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Hemos sufrido la pérdida de conquistas importantes, tales como las exoneraciones contributivas y los comités de ajustes de salario, que eran mecanismos compensatorios importantes para viabilizar la competitividad de Puerto Rico. Como sabemos, estos instrumentos nos ayudaban a compensar nuestros altos costos de producción –tales como la marina mercante norteamericana– al estar nuestra economía íntimamente ligada a la de Estados Unidos, cuyos costos son de los más altos del mundo.

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Pero a nadie le doy una noticia al decirles que vivimos una crisis económica y social sin precedentes. Tampoco de nada vale intentar identificar culpables de este casi medio siglo perdido. Creo que somos más valientes y honestos si nos asumimos todos como responsables de no haber sabido responder a los cambios y a las consecuencias de nuestra realidad política y social. Las consecuencias son palpables en los indicadores del Puerto Rico de nuestros días. En los últimos dos años, nuestra economía retrocedió al nivel en el que se encontraba diez años atrás. En el 2009 nada más, se perdieron ochenta y dos mil empleos. En consecuencia, el desempleo ronda el dieciséis por ciento, que implica la existencia de un cuarto de millón de ciudadanos que están buscando trabajo, pero no lo consiguen. La tasa de participación laboral, que en 1950 era de cincuenta y cinco punto cinco por ciento se ha reducido a su nivel más bajo, cuarenta y tres por ciento, que se traduce en la existencia de un cincuenta y siete por ciento de nuestra fuerza productiva, personas capacitadas entre los 16 y los 66 años, que no participan de ninguna actividad en la economía formal. ¡Más de la mitad de nuestra población productiva viviendo del modelo asistencialista y la economía informal!

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La gestión de Fomento, piedra angular del desarrollo económico propiciado durante la exitosa operación Manos a la Obra, hoy es básicamente inexistente. El sistema bancario, que como decía un amigo recientemente es el aceite que hace funcionar el motor de nuestra economía, está en un estado de absoluta y preocupante fragilidad estructural. La industria de la construcción se encuentra al borde de la paralización total. El valor de la vivienda nueva en el 2009 cayó en un cuarenta y ocho por ciento en relación con el 2008. El sector manufacturero, espina dorsal de la economía por varias décadas, sigue achicándose cada día y enfrentando serias amenazas.

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El clima de inseguridad ciudadana, fruto de una criminalidad rampante y de un aumento sostenido en el número de asesinatos, ha llegado a niveles alarmantes. Se insiste, sin embargo, en una mirada punitiva al problema de la adicción, causa principal de la actividad delictiva, cuando una y otra vez ha quedado demostrado que esa ruta sólo lleva al fracaso.

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La educación pública no es más que un salidero de recursos sin rumbo ni propósito pertinente a la niñez y juventud de nuestros tiempos. Sólo un dieciocho por ciento de la población puertorriqueña completa un grado universitario.

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Tal parece, queridos compatriotas, que en Puerto Rico todos los factores que antes contribuyeron a generar prosperidad y crecimiento están en retroceso, son inoperantes o han perdido su viabilidad. Y lo que más agrava la situación es el hecho de que ninguno de nuestros dirigentes parece tener idea de qué hacer para reinventarnos como país, recuperarnos de este casi medio siglo perdido y devolvernos a la ruta de la prosperidad. De ahí que la incertidumbre y el desasosiego en nuestro pueblo crezcan cada vez más, sumergiéndonos en un pesimismo que promueve el inmovilismo y la inacción, contribuyendo con ello a ahondar más la crisis. Es un círculo vicioso. Al ritmo que vamos, si no cambiamos de manera contundente nuestro rumbo, perderemos todo lo ganado como país en los últimos setenta años.

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No obstante, irresponsable sería yo si me limitara a compartirles estos hechos, que muchos de ustedes conocen, y a expresarles mi preocupación al respecto. Mi deber y el deber de todos los habitantes de esta bendita tierra es ir más allá. ¡Atrevernos a ir más allá! Nos corresponde asumir la responsabilidad patriótica de involucrarnos, sin miedo, directamente, logrando convergencias, en el diseño y ejecución de un plan para transformar esta realidad económica y social que padecemos.

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Y para ello, como para don Luis Muñoz Marín en su tiempo, es necesaria una ruptura. Una ruptura que haga posible crear las condiciones políticas que viabilicen un nuevo proyecto de país. Un proyecto innovador y valiente, que sea capaz de hacerle frente, de manera efectiva, al desasosiego y la crisis sostenida del país luego de casi medio siglo de retroceso. Un proyecto de país capaz de exiliar la politiquería y a los politiqueros, y hacer posible un regreso de la política ilustrada y capaz; a las convergencias para lograr una agenda común y el retorno a un servicio público entusiasta, visionario y honesto.

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¿Es posible, me preguntarán tal vez ustedes, semejante regreso? ¿Es factible crear hoy unas condiciones similares a las que vivió Puerto Rico en 1940 y detonar un proceso transformador como el experimentado entre ese año y 1965? ¿Es posible, en fin, salir de la trampa en que nos hemos metido y construir un nuevo proyecto y una nueva viabilidad para nuestra patria? Mi respuesta contundente a todos ustedes es que estoy absolutamente convencido de que sí es posible.

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Pero es posible, si reconocemos, sin miedo y con esperanza, que vivimos en un nuevo escenario político y económico global. Admitimos que las consecuencias de la mundialización para nuestra economía, para la economía norteamericana y para la economía regional y mundial, nos obligan a elegir –insisto en esa frase de Muñoz– nuevos caminos hacia viejos objetivos. El ELA fue uno de esos nuevos caminos para su época. ¿Cuáles van a ser los nuestros?

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En el 1946, Luis Muñoz Marín le explicó al país que esos nuevos caminos lo alejaban de la lucha por la independencia ante una imperiosa necesidad que lo obligaba a buscar y cito: “los medios de que haya la libertad de gobernarse sin la esclavitud a la amenaza del hambre” . Hoy, en el nuevo escenario geoeconómico global, aspirar a la soberanía política, al gobierno propio capaz de relacionarse de tú a tú con todos los países del mundo sin pedirle permiso a nadie, no es como se pensaba en otros tiempos y como dijo Muñoz, esclavizarse a la amenaza del hambre. ¡El mundo ha cambiado! La realidad es otra. Y la soberanía política es hoy, por el contrario, la herramienta indispensable para construir el proyecto colectivo de un pueblo.

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En un Puerto Rico soberano tendríamos el poder para crear los mecanismos compensatorios que nos permitan volver a ser competitivos. En el Estado Libre Asociado ya no hay espacio para eso. Estados Unidos busca cada vez más la uniformidad y no hay lugar allí para legitimar mecanismos compensatorios en un territorio por vía de excepción. La soberanía política es, ante todo, un proyecto para recobrar la viabilidad económica del país que ni la estadidad ni la colonia hacen factible. Armados con los poderes políticos que nos daría la soberanía, estoy absolutamente convencido que podemos encauzar a nuestro amado Puerto Rico de nuevo por la ruta de la prosperidad. Además de este nuevo proyecto político, como lo fue el ELA en su época, ¿que más necesitamos?

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Necesitamos un equipo de personas arrojadas, preparadas, comprometidas, motivadas y visionarias, provenientes de todos los partidos y grupos políticos, de todos los segmentos de edad, dispuestas a entregarle su mejor esfuerzo a la reconstrucción nacional, mediante un proyecto de país con estrategias concretas y precisas, a la altura de nuestros tiempos.

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Necesitamos renunciar a la improvisación y a los espectáculos mediáticos para consumo de las gradas, y operar de manera rigurosa conforme a un pensamiento y plan estratégico que guíen nuestra gestión en la consecución de la agenda común del país.

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Necesitamos hacer lo que haya que hacer, sin que consideraciones políticas cortoplacistas secuestren el compromiso de la gestión política que el país exige. Pensar en las nuevas generaciones y no cobardemente en las próximas elecciones.

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Necesitamos llamar a las cosas por su nombre, perdiéndole el miedo a las palabras, a los significados y a la verdad histórica. Errores a lo que son errores, colonia a lo que es colonia, soberanía a lo que es soberanía, nación a lo que es nación, patria a lo que es patria, independencia a lo que es independencia, estadidad a lo que es estadidad, miedo a lo que es miedo, prosperidad a lo que es prosperidad, desarrollo a lo que es desarrollo, corrupción a lo que es corrupción, y dignidad a lo que es dignidad.

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Necesitamos, sobre todo, un nuevo modelo de desarro¬llo económico que tenga a la competitividad, la sosteni¬bilidad y protección de nuestro ambiente, la tecnología, y la investigación y el desarrollo, como imperativos. Un modelo que en virtud de los derechos que concede la sobe¬ranía política, nos permita abrirnos al mundo e insertarnos como actores en el tablero económico global, como, por ejemplo, la negociación de tratados con otros países.

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Un modelo económico orientado a la promoción de una cultura de emprendimientos más que a la creación de buenos empleados, y de una cultura de creadores de patentes y conocimiento más que de manufactureros.

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Un modelo económico que amplíe los espacios de participación del movimiento cooperativo y honre los pilares de una economía solidaria.

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Un modelo económico impulsado gracias a un pacto laboral por la competitividad que nos permita trascender la lucha sindical miope y la ambición empresarial desenfrenada, para dar paso a una nueva era de solidaridad productiva.

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Y un modelo económico que deje de mirar con sospechas la tierra que trabajaron nuestros antepasados y se comprometa con seriedad a impulsar una revolución agroindustrial, a crear programas de sustitución de importaciones y a establecer políticas claras e innovadoras de protección del sector agrícola.

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Pero necesitamos más:

Necesitamos un enfoque salubrista en la atención y manejo del problema de las adicciones y la violencia. La soberanía política amplía nuestros espacios para poner límites de manera creativa y valiente a ese flagelo que está llevándose la vida de muchos jóvenes boricuas, y que nos permita reducir la población penal así como los costos operacionales del sistema correccional.

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Necesitamos no poner más parches a la violencia familiar y a los problemas de salud mental en nuestra tierra. Es hora de atrevernos a innovar y exigir resultados en la atención a los problemas de salud mental que mantienen a tantos ciudadanos en círculos viciosos y repetitivos. Es hora de tratar a nuestros enfermos mentales respetando siempre su dignidad de ciudadanos sin infantilizarlos ni negarle sus derechos.

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Necesitamos viabilizar la seguridad en nuestras calles como el resultado de un esfuerzo serio y sostenido de construcción de cultura ciudadana y acuerdos de convivencia. Sólo si somos capaces de vivir juntos y respetarnos unos a otros en todo tipo de interacciones cotidianas, es que llegaremos a crear un nuevo clima de serenidad y de confianza.

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Necesitamos reinventar nuestro proyecto educativo asegurando que educamos para la inclusión social, para ser actores y creadores en la sociedad del conocimiento, local y mundialmente, y con un amor entrañable a Puerto Rico; y hacerlo desde una organización descentralizada.

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Necesitamos reinventar nuestra comunidad política de un modo que responda a nuestra realidad contemporánea: con la creación de un sistema de oposiciones para la selección y el reclutamiento de los jueces que garantice la independencia judicial; con la descentralización del gobierno y el protagonismo de las regiones y ciudades, a través de sus propios actores; con un Gobierno Central ágil enfocado en lo estratégico y determinado a una reducción sostenida del gasto público; y con una nueva legislatura con ciudadanos legisladores, a tiempo parcial, que permita un ahorro multimillonario que lo destinemos a crear un fondo para financiar iniciativas de investigación y desarrollo, como instrumento clave del nuevo modelo económico.

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Necesitamos tratar la salud como una responsabilidad compartida entre los ciudadanos y el Estado. Una gestión de la salud cuya primera prioridad sea la prevención y la promoción de estilos de vida saludables, y en la que la segunda prioridad sea la creación de un sistema de salud universal.

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Necesitamos reinventar nuestro sistema contributivo para que genere los ingresos que necesita un gobierno como el que se propone, eficiente y eficaz. Reinvención que nos permita, además de poder competir globalmente, promover la justicia y solidaridad contributiva ampliando la base contributiva, promoviendo el trabajo y la productividad, y creando las condiciones para la eliminación parcial y gradualmente de la contribución sobre ingresos, trayendo al panorama el impuesto al valor agregado (IVA).

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Necesitamos sustituir la subcultura del automóvil por una cultura de transportación colectiva, organizando nuestras ciudades de manera rigurosa conforme a ella.

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Necesitamos movernos gradualmente de la democracia falsamente representativa a la democracia participativa y que conforme al modelo de gobernanza democrática que hemos experimentado en Caguas, aseguremos el regreso de los ciudadanos como actores políticos y el retiro de los po¬litiqueros que por tantos años han vivido del repliegue de los ciudadanos.

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Necesitamos llevar a cabo una convocatoria a la reconstrucción nacional invitando a todo el talento exiliado a retornar al país. Que todas las hermanas y hermanos que tuvieron que irse porque no encontraron espacio para sus proyectos personales y profesionales en la Isla, hallen en el nuevo proyecto de país un espacio y una ilusión que los haga sentirse convocados a regresar.

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Estos, mis queridos compatriotas, son algunos de los pilares de ese nuevo proyecto de país que creo sinceramente nos colocará a la altura de los signos de nuestros tiempos y nos encausará de nuevo a la prosperidad. Pilares con los que, estoy seguro, estaría de acuerdo Luis Muñoz Marín si se encontrara entre nosotros hoy. Pilares que hablan de apostar a un esfuerzo que no permita que nos dejemos derrotar por las circunstancias ni que nos acomodemos mansamente a ellas, pues se trata de un proyecto que busca atacar las causas de nuestros problemas harto conocidos, y trabajar soluciones que los resolverían.

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Asumir ese proyecto, requiere que seamos capaces de no tener temor; que podamos, como nos exigió doña Inés, andar de frente y sin miedo. Ese caminar marcado por la valentía es el que le ha permitido a tantas y tantos puertorriqueños, en muchísimos escenarios, dar lo mejor de sí, sobre todo cuando no nos dejamos dividir por deslealtades impuestas.

Esa capacidad para el arrojo y la valentía requiere igualmente que desarrollemos la habilidad para no dejarnos derrumbar por las dificultades que la vida, con sus coyunturas difíciles y complejas, como ésta, nos presentan. Que recordemos, como señalan los psicólogos Jackson y Watkin, que no “son tanto los malos tiempos los que determinan nuestro éxito o fracaso, como el modo en que respondemos a esos malos tiempos”. Si ante la adversidad nos declaramos derrotados de entrada, la adversidad triunfará con fuerza y nos dejará sin energías para dar la batalla.

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Si ante las dificultades nos quejamos desde el pasivo lugar de la víctima y esperamos por un amo colonial que se encargue de rescatarnos de nuestro sufrimiento como pueblo, perderemos de perspectiva lo más importante. Se trata de que nos toca a nosotros mismos sacudirnos del lugar pasivo de la víctima y apoderarnos de nuestra realidad, haciéndonos cargo de transformar, con nuestro esfuerzo, nuestras condiciones de vida. Sólo así podremos salir adelante y asumir nuestro destino como nación borincana.

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Y les digo esto con conocimiento de causa por una experiencia personal que muchos, sino todos ustedes, de algún modo han conocido. El 16 de septiembre de 2009 mi vida cambió de manera dramática y significativa. Un malestar abdominal se convirtió en la señal de algo mucho más complejo y peligroso que estaba ocurriendo en mi cuerpo. Me sometí a los estudios médicos de rigor y días después fui diagnosticado con cáncer. Las horas justo antes y después de conocer el diagnóstico, angustiosas por demás, fueron horas en las que mi cabeza no paraba de pensar en escenarios, riesgos y posibilidades. Fueron horas en que se cocinaban en mi alma distintas posibles respuestas emocionales al hecho médico que me sería comunicado.

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Meses después, cuando no sólo he superado la expectativa de vida que pronosticó el primer oncólogo que me atendió, sino que cada día mi cuerpo me comunica mayor bienestar y los estudios médicos revelan que voy, con la ayuda de Dios y de muchos seres y ciudadanos queridos, ganando esta importante batalla, puedo entender algo muy importante que ha hecho una gran diferencia.

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En aquellas horas de reflexión y pensamiento en que procesaba la noticia de mi padecimiento y enfrentaba el golpe de la crisis en mi salud, la vida puso ante mí la posibilidad de una elección. Podía elegir colgar los guantes y sentir que era una batalla perdida de antemano, o podía elegir dar la lucha y darla con una actitud de triunfo y convencido de que la actitud misma es medular para el logro de nuestros propósitos. Gracias a Dios elegí la segunda ruta y hoy soy testigo de los resultados de mi decisión.

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Y no se trata de una actitud para tener por unos días pensando que la crisis y las dificultades serán pasajeras. Se trata de un compromiso sostenido con una actitud vital de lucha, entusiasmo y esperanza. Las grandes pruebas que enfrentamos los seres humanos y los pueblos son siempre prolongadas y requieren un esfuerzo sostenido. La lengua española tiene una hermosa palabra para nombrar ese reto: tenacidad, tenacidad, tenacidad.

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Es por eso que al recordar las famosas palabras del pensador español José Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias… y si no las salvo a ellas, no me salvo yo”, quiero invitarles a que así como yo he hecho frente al reto de mi enfermedad, como nación borincana y frente a la necesidad de construir un nuevo proyecto de país, abracemos todos el desafío de la tenacidad. Si somos firmes y consistentes en nuestros esfuerzos y los emprendemos con la actitud vital correcta, saldremos adelante. No permitamos que el desasosiego nos arrope. Pongamos todo nuestro entusiasmo para que en el proceso de construir y adelantar este nuevo proyecto de país, el esfuerzo y la esperanza sean siempre nuestro norte.

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La otra clave importante, mis queridos compatriotas, para asegurar el éxito de este nuevo proyecto de país, radica en la capacidad que tengamos de trabajarlo todos juntos. Y cuando digo todos me refiero a que hagamos una invitación a las líderes y los líderes puertorriqueños residentes dentro y fuera de la Isla a colaborar juntos. A que seamos capaces de aprovechar esta nueva coyuntura para convertirla en una oportunidad para la reconciliación, la convergencia, el tendido de puentes y la confianza.

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El proyecto muñocista, como todo proyecto político exitoso y hegemónico, si bien tuvo éxitos notables al superar muchas exclusiones sociales por la vía de la articulación de políticas de justicia social, también produjo dolorosas exclusiones políticas que generaron férreas oposiciones y produjeron heridas entre independentistas y muñocistas, entre muñocistas y nacionalistas, y entre muñocistas y anexionistas. El mismo Muñoz Marín, en los últimos años de vida, sentía el dolor que aquellas violentas fragmentaciones habían causado. Su carta a los hijos de Vicente Géigel Polanco, sus expresiones sobre Roberto Sánchez Vilella y sus conversaciones con el maestro Pancho Rodón nos lo confirman. De ahí que al convocar a todos los sectores a la construcción de un nuevo proyecto de país, lo hagamos conscientes de la importancia del diálogo transformador, de la reconciliación y de la concertación.

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Pero que lo hagamos conscientes de algo igualmente relevante: de la importancia de recobrar la confianza en nosotros mismos, en nuestro potencial y en nuestra capacidad para la ilusión y la imaginación, que nos permitan rescatar al país y encaminarlo a un futuro próspero, justo y prometedor para todas y todos.

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Es por eso, mis queridos compatriotas, que les hago un llamado para que juntos emprendamos una gestión de gobernanza democrática y de mucho desprendimiento patriótico, que nos permita crear un movimiento ciudadano que se convierta en una mayoría electoral indiscutible de cara a las elecciones de 2012; un movimiento liderado por hombres y mujeres capaces, honestos, valientes, visionarios y que pongan a Puerto Rico por encima de todo.

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¿Podrá el Partido Popular Democrático fundado por Luis Muñoz Marín constituirse nuevamente en ese movimiento? Creo que dependerá de la capacidad de sus líderes para ser fieles a la vocación muñocista de ruptura cuando las circunstancias históricas así lo demandan o de su temor a abrirse a nuevas posibilidades que trasciendan los logros y alcances del proyecto político muñocista.

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Don Luis Muñoz Marín, en una carta del 13 de junio de 1972, enviada desde Roma al buen puertorriqueño Samuel Badillo, señalaba lo siguiente: “En algún momento del futuro creo que Puerto Rico va a demandar un partido de mayor avance, más radical en el sentido de que vaya más a la raíz (en latín radex) de los problemas del país”.

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Y en su diario a finales de la década del setenta, Don Luis escribía lo siguiente: “Yo veo los defectos del Partido Popular, y si creyera que debía derrotarse para bien de Puerto Rico no debía tener impedimentos, sino más bien estímulos de conciencia para hacerlo”.

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A los líderes y militantes del Partido Popular este momento histórico nos enfrenta a un dilema ético crucial: o nos aferramos al pasado o nos atrevemos a innovar y abrir nuevos caminos para el futuro. El padre de la gerencia moderna, Peter Drucker, supo sintetizar este reto muy bien al señalar que “el peligro más grande en tiempos de turbulencia no es la turbulencia sino el que actuemos conforme a la lógica del pasado”. En mi caso, lo tengo claro y decidido: más que popular siento y entiendo que esta coyuntura histórica me exige ser muñocista y asumir esa vocación de ruptura y transformación que don Luis Muñoz Marín nos legó.

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No podemos tener miedo ni aferrarnos a la lógica del pasado. Tenemos el deber patriótico de vivir y responder al presente. Nadie lo dijo mejor que el mismo don Luis Muñoz Marín: “Los líderes de Puerto Rico –no solamente los líderes políticos, sino los económicos, los culturales, los religiosos–, tenemos la obligación de conciencia de guiar, esclarecer, iluminar, crear, dentro de estas realidades. No podemos proceder fútilmente, dentro de lo que a nosotros, con abandono romántico, nos gustaría que fueran las realidades. No podemos ser en la vida pública poetas a medias. Tenemos que ser poetas buenos, o por lo menos prosistas competentes”.

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Concluyo convocando a todos los compatriotas de buena voluntad y amor a Puerto Rico a seguir el consejo de don Luis y a convertirse en protagonistas activos en la reconstrucción urgente que necesita nuestro país para devolverlo a la ruta de la prosperidad y la justicia. Muñoz, desde el cielo, nos lo va a agradecer.

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¡Muchas gracias!

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